domingo, 17 de abril de 2011

Félix Rodrigo, sobre la revolución en el siglo XXI

Extracto de la entrevista a Félix Rodrigo publicada en la revista Raíces, volumen I: La era del desarraigo (Extremadura, noviembre de 2010) 


Pero en el siglo XXI, cuando todo lo bueno y valioso está siendo destruido, la cuestión de la revolución adquiere una complejidad nueva. Se trata de salvar y reconstruir la civilización, refundar la libertad, volver a dotar de sentido la libertad, recuperar la convivencia, retornar a encontrar el gusto por la cortesía, revalorizar el lenguaje y el ingenio mental, rescatar el desinterés y la longanimidad, rehacer la esencia concreta humana, y vivir de nuevo valerosamente, atreviéndose a todo lo que sea justo y bueno.
Los valores primordiales de mi ética personal son el esfuerzo y el servicio desinteresados, el indiferentismo ante placeres y dolores, el echazo de la noción de felicidad y de la búsqueda de la felicidad, la convivencialidad y el colectivismo, la pasión por la verdad (que es una cuestión en lo sustancial filosófica, pero que tiene un componente ético), la disposición para el sacrificio, el primar los deberes sobre los derechos para uno mismo, la cortesía como servicio al otro por afecto, la percepción del propio yo como algo imperfecto y cargado de errores y tendencias negativas, la frugalidad y el vivir contento con poco, la consideración de que los bienes inmateriales son superiores a los bienes materiales, la disposición a servir más que a ser servido, el respeto escrupuloso de los derechos de los otros, la creencia de que lo decisivo es la lucha sin final y no la victoria, el meditar sobre la fugacidad de la vida, el paso del tiempo y la muerte. Lo más difícil, con todo, es adecuar lo vivido a lo pensado, evitar la doblez y la hipocresía, siendo consecuente. Esto es lo que más me preocupa.

En definitiva creo que la meta de la vida humana buena es el bien y la virtud. Eso es lo que me da fuerzas para vivir, y para luchar.

¿Es sensato perseguir un fin revolucionario en el actual estadio de coma social, que la verdad, cuesta creer que no sea un coma profundo?

Ponerse como propósito la revolución no depende por completo de la situación subjetiva, de si es realizable o no. Yo también entiendo que hoy es más difícil que nunca lograr un gran cambio revolucionario en la práctica, aunque todo depende, a fin de cuentas, de si nos lo proponemos: mientras lo hagamos no será imposible. Por otro lado, si se rechaza la idea de revolución se admite, implícitamente al menos, el mundo actual, y eso nos degrada, porque adecua nuestra mente a lo existente, a las garbanceras y míseras reyertas por lo "menos malo" dentro del orden constituido. Es, pues, también una cuestión de higiene personal, intelectual y moral, el marcarse como meta la revolución, pues ésta tiene una grandeza tal que nos eleva de subhumanos a humanos, nos mejora y dignifica. Un rasgo del izquierdismo socialdemócrata, que entiende el anticapitalismo como una pelea por "vivir mejor", aquí y ahora, no como una estrategia para poner fin al capital, es que produce seres de una calidad humana ínfima, sin épica ni vitalidad ni grandeza, más burgueses que los propios burgueses, ahora aferrados, al parecer, a una nueva entelequia vilificante, el llamado "reformismo radical". No deseo esto para mí ni para nadie. 

Pero en el siglo XXI, cuando todo lo bueno y valioso está siendo destruido, la cuestión de la revolución adquiere una complejidad nueva . Se trata de salvar y reconstruir la civilización, refundar la libertad, volver a dotar de sentido la libertad, recuperar la convivencia, retornar a encontrar el gusto por la cortesía, revalorizar el lenguaje y el ingenio mental, rescatar el desinterés y la longanimidad, rehacer la esencia concreta humana, y vivir de nuevo valerosamente, atreviéndose a todo lo que sea justo y bueno.

Quienes conciben la revolución como un choque con la burguesía al final de un larguísimo forcejeo por reivindicaciones económicas, para crear una sociedad de hiper-abundancia material y el hedonismo a calzón quitado (todavía hay gente que piensa tales horrideces), se equivocan: eso nunca ha sucedido y menos aún sucederá en el futuro, con la advertencia de que si se realizase alguna vez sería una sociedad aberrante y monstruosa [1]. La revolución del mañana o será un triunfo del bien, la virtud y la civilización sobre la maldad, envilecimiento y barbarie desencadenadas por el Estado y el capital o no será. Con una propuesta de transformación integral del orden social y del individuo sí podemos ganar muchas, muchas voluntades para ser actores en el gran drama de la revolución, con las reivindicaciones del estómago nos quedaremos solos, o peor aún, con los individuos peores, cuyas mentes están deformadas por 250 años de progresismo, modernidad, tecnofilia, desprecio por lo espiritual, culto por el parlamentarismo. victimismo, pulsiones del vientre, odio a la libertad, gusto por lo degradado y sucio, egotismo, incapacidad para amar, inhabilidad para pensar por sí mismos y placerismo. 

Del subtítulo de tu libro se desprende una acusada preocupación por los tiempos actuales en los cuáles parece estar adviniéndose una era de barbarie e incivilización. Si hemos acertado en esa descripción...
¿Cuáles son para tí los aspectos de la civilización occidental que se encuentran en decadencia?

Hoy vivimos una época de decrepitud, senilidad y barbarie. El poder constituido es culpable de ello, pero también lo son ciertas ideologías supuestamente antisistema como el marxismo, con sus vilificantes nociones de centralidad de la economía, preferencia por las abstracciones y desdén por la verdad concreta, entusiasmo por la tecnología, primacía del interés particular, desprecio por el ser humano en tanto que tal, determinismo, simplismo metodológico, ignorancia de la historia, olvido del componente existencial del ser humano y otros errores de primera magnitud que, en realidad, son mucho más que eso, si se juzgan desde los efectos, pues han llevado y llevan lo más sustantivo de la cosmovisión estatal y burguesa a las clases populares so capa de "liberar" a éstas del capiral. La izquierda, a nivel planetario, es un vector decisivo, ahora el más importante de todos, de embrutecimiento de las masas, apoteosis del statu quo y desintegración de la civilización. 

La decadencia de Occidente hoy es, en primer lugar, intelectual: dado que el adoctrinamiento es omnipresente y no existe libertad de conciencia, la mente se ha colapsado, de ahí que vivamos en una época incapaz de crear intelectualmente nada, a pesar (mejor, debido a ello) de que un tercio de la juventud tiene títulos universitarios. Eso sólo admite un remedio: poner fin a la universidad como institución, derrocar la dctadura del profesor-funcionario, recuperar la libertad de conciencia y estatuir la autogestión del conocimiento.

En segundo lugar, está la crisis de lo convivencial, que percibo bastante bien debido a que el mundo rural de mi infancia era, antes que otra cosa, convivencial, de la cooperación, la simpatía y el afecto de unos a otros. Hoy predomina la indiferencia, la descortesía, la brusquedad, el rencor, el hipercriticismo, la incapacidad para pensar y crear, combatir y luchar juntos. Es una sociedad de la competencia, del odio en definitiva, azuzado hasta la locura desde arriba, verbigracia, por el feminismo de Estado.

En tercer lugar, estamos perdiendo el lenguaje, ya somos casi unos brutos que tras 20 años de estudiar gramática en la escuela, no sabemos expresarnos, y la causa sustantiva es la falta de librtad política, el concejo abierto era una escuela de oratoria, mientras que hoy el sistema parlamentario convierte al sujeto medio en espectador, en ente mudo a perpetuidad.

En cuarto, se ha extinguido la disposición para el esfuerzo y el sacrificio, y las gentes, con las pertinentes excepciones, se han convertido e meras piltrafas, por blandas, cobardes, hedonistas, irresponsables (el victimismo, en tanto que ideología constitutiva de la izquierda, lo domina todo, y lo degrada todo) y egotistas hasta lo disfuncional. Son así porque el Estado del bienestar nos ha hecho así, pero también porque nos hemos dejado hacer, por tanto, somos, en esto y en todo, responsables y culpables. 

En quinto lugar, el sujeto medio del mundo occidental, en lo físico, es una ruina, con un sistema circulatorio, muscular y óseo atrofiado, incapaz de realizar ningún esfuerzo físico de importancia, obeso, cargado de dolencias crónicas, dependiente de las medicinas y "estimulantes" de todo tipo, una pena. En sexto lugar, nos han vuelto estériles, desexualizados, pancistas, emocionalmente muertos y comodones que ya no nos atrevemos a lo más trascendental, plantar árboles, tener hijos y luchar hasta el fin por el concejo abierto.             


[1] Marxismo-leninismo. Véase historia de la Unión Soviética y de la III Internacional.

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