El hombre llega a ser hombre sólo a través de la educación”, nos dice una y otra vez Kant en sus “Escritos pedagógicos”. El filósofo de Königsberg no hace más que sintetizar en una fórmula breve una tesis postulada por el pensamiento universal desde los griegos a la Ilustración moderna. Hoy estamos muy lejos de esta vieja tradición filosófica y moral, como demuestra, de un lado, la profunda crisis que atraviesa la enseñanza elemental, media y superior, y del otro, la mala educación reinante en la llamada “sociedad permisiva” de nuestros días.
Una educación digna de este nombre presupone un mínimo de disciplina, como subraya no sólo Kant, sino también Rousseau en su Émile, disciplina cuyo objeto no es otro sino el de impedir que el hombre se acostumbre desde su infancia y su adolescencia a hacer lo que le dé la real gana y acabe por convertirse en un niño mimado dominado por sus instintos más primitivos. Adorno, en su obra “Dialéctica negativa”, acusa a Kant de predicar una moral represiva, un punto de vista que sirvió de base filosófica al “antiautoritarismo” preconizado y practicado por la generación estudiantil del 68. El filósofo judío fue injusto con Kant, como lo fue a menudo al juzgar a otros grandes maestros del pensamiento. Por lo demás, cuando sus propios estudiantes se encararon con él, su reacción no fue precisamente un modelo de tolerancia y de magnanimidad, sino muy al contrario, profundamente autoritaria.
“El aliado número uno del orden vigente es hoy la misma juventud que el sistema trata a patadas”.
La juventud de hoy ha elegido también la disconformidad como norma de conducta, pero sin el ideal político que impulsaba a la generación de los Daniel Cohn-Bendit y los Rudi Dutschke. Es, por así decir, una disconformidad conformista guiada por el sólo propósito de consumir y pasarlo bien a toda costa, que es la manera más genuina y exhaustiva de identificarse con la ideología dominante.
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