lunes, 31 de octubre de 2011

Emancipación y cultura (Heleno Saña, Revista "Enciclopèdic")

Heleno Saña

“El bienestar sin educación embrutece al pueblo y lo vuelve insolente”
(Proudhon; Système des contradictions économiques ou philosophie de la misére).


Extractes de l'article d'Heleno Saña publicat a l'edició de novembre de la revista "Enciclopèdic"

La instrumentalización de la cultura


Los estratos dirigentes del capitalismo avanzado no se han limitado a expropiar y oprimir a las clases trabajadoras en el plano laboral y económico, sino que han procedido con no menor celo y éxito a imponer su ideología consumista y hedonista como la única opción axiológica posible. Porque lo primero que hay que tener en cuenta al hablar de estos temas es que lejos de ser un simple sistema económico, el capitalismo es, al mismo tiempo, una concepción del mundo y un modelo cultural.

Ahora bien, lo que el capitalismo quiere hacer pasar por cultura está basado en la instrumentalización y deformación sistemática de su sentido original. Desde Sócrates y Platón, el pensamiento humanista ha entendido la cultura como un valor o actividad al servicio de la verdad y el bien, de la virtud y la justicia. De ahí que el concepto de cultura lleve intrínsecamente en su seno la vocación ética; de ahí también la importancia que los grandes maestros griegos adjudicaron desde el primer momento a la paideia o educación. A la inversa de esta concepción del hombre, la vida y la sociedad, el capitalismo se ha dedicado a fomentar la mentira, la injusticia, la ignorancia y el mal en sus múltiples acepciones.

El capitalismo salvaje hoy dominante está logrando destruir de manera creciente todas las grandes tradiciones culturales de la humanidad, y ello empezando por la pedagogía. Los centros docentes del mundo occidental han pasado a convertirse en devotos auxiliares de los intereses del gran capital. Mientras que el objetivo de la pedagogía humanista ha consistido desde sus orígenes griegos en fomentar los atributos altruístas y generosos del hombre, los planes de estudio hoy imperantes en los centros de enseñanza no persiguen otra finalidad que la de fomentar el espíritu competitivo, el individualismo insolidario y lo que Max Horkheimer llamaba “el imperialismo del yo”. No puede sorprender por ello que estos sean exactamente los rasgos de carácter más representativos de la sociedad de consumo.

Este deplorable estado de cosas nos suministra no sólo la prueba de la capacidad persuasoria que el capitalismo posee, sino también la proclividad del ser humano a prescindir de los valores superiores y a sucumbir a sus instintos bajos y vulgares, un rasgo antropológico del que ninguna persona ni grupo social está exento, tampoco el obrero como individuo singular y como miembro de una clase.

La revolución


La condición previa para poner en marcha la mutación histórica y axiológica que estoy sugiriendo es lo que Schiller llamó en una de sus grandes obras de teatro “la revolución de las conciencias”, versión literaria de lo que en la Grecia de la cultura clásica se denominaba metánoia, esto es, un cambio radical en la manera de pensar basado en la autocrítica y el afán de renovación. Ello significa que antes de que se articule como proyecto práctico, la concepción autogestionaria del hombre y la sociedad tiene que adquirir vida en el interior del propio individuo. Y si subrayo esto es porque uno de los crímenes cometidos por la sociedad de consumo ha sido el de eliminar la dimensión interior del hombre y convertir a éste en un producto mecánico y despersonalizado del mundo externo. Sin este de profundis autorreflexivo o proceso de autoconcienciación, el hombre –también el obrero– está condenado a seguir siendo, como hasta ahora, un pelele de los mandamases de turno.

Verdadera cultura es siempre, por antonomasia, cultura interior, también cuando su motivación central sea de orden social o comunitario, como es el caso de la cultura autogestionaria. No otra cosa nos dice Platón al señalar que la verdad se halla dentro de nosotros mismos, y que buscarla requiere descender al fondo de nuestra alma, sede de la verdad y el bien, un proceso de autoorientación que él llamaba anámnesis o reminiscencia.

No es ciertamente por azar que la ideología burguesa haya intentado desde sus orígenes y de manera cada más intensa destruir la categoría óntica de la identidad personal y suplantarla por el aturdimiento, la dispersión, el mimetismo, el automatismo y la masificación. No puede sorprender por ello que el individuo fabricado por el capitalismo haya pasado a ser el animal-rebaño o el hombre-masa anticipado y descrito por Gabriel de Tarde, Gustave Le Bon, Nietzsche, Freud u Ortega y Gasset. Si el capitalismo algo teme es precisamente eso: hombres que piensen y reflexionen por su cuenta, y ello porque sabe muy bien que un hombre que piense y reflexione se convertirá irremisiblemente en enemigo suyo.

Heleno Saña

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