martes, 4 de enero de 2011

Los intelectuales de la República: negación y carencia de ideales

Machado, Marañón, Ortega y Pérez de Ayala

Artículo publicado en Solidaridad Obrera el 18 de diciembre de 1932

LOS INTELECTUALES

NEGACIÓN Y CARENCIA DE IDEALES

A la amarga filípica de Unamuno contra los hombres de la República, seguirán otras. Los intelectuales que “descendieron” hasta la multitud para acabar con la Monarquía, una vez liquidada ésta, adquieren otra vez el perfil aristocrático que han mantenido siempre y caen en la idea de superhombría, única brújula descentrada que les guía por el camino de sus peregrinajes indefinidos.

La posición de Unamuno es la posición de Valle Inclán, y será más tarde la de Ortega y Gasset, Marañón, Madariaga y otros.

El rector de Salamanca, más impulsivo, impetuoso y decidido, ha dado la señal. Los intelectuales que eran tratados por el rey como cualquier palafrenero, se sintieron heridos en su presuntuosidad. Alfonso de Borbón tenía un interés especial en conservar la pureza de sangre de sus caballos favoritos; las obras literarias y científicas le interesaban poco.

Miguel de Unamuno

Se rodeaba de “croupiers” y de generales, nunca de sabios ni de artistas. No fue por odio a la Monarquía por lo que nuestros intelectuales ayudaron a los políticos a derrocar el viejo Régimen. Fue por desdén al rey. Por espíritu de venganza. Una vez satisfechos estos deseos, los intelectuales clamarán contra la República si ésta no les adula y les ensalza.

Y eso se comprende. Se comprende perfectamente. Los intelectuales españoles no han tenido ideas fijas. Sobre todo, la “cristiana” generación del 98.

Basta observar la labor de la citada generación, que es la que influido la vida española en sus aspectos artísticos y literarios, para darse cuenta del desbarajuste moral que ha presidido siempre en sus hombres representativos. Azorín, casi anarquista, desciende al conservadurismo más rabioso, para ascender luego al republicanismo ortodoxo.

Maeztu, revolucionario, se abraza más tarde con los representantes de la aristocracia y del oscurantismo. Baroja fluctúa entre la iconoclastia y el individualismo más rabiosos.

Y así toda aquella generación. La otra pléyade está plagada de monstruosas dejaciones: Alomar, Marañón, Madariaga, etc., han fluctuado siempre en el equívoco.

No han sabido situarse, definirse, centrarse, fijarse de una vez.

Pío Baroja

A través de sus obras, discursos, conferencias y cursillos los intelectuales abusaban del tópico España “nueva”. Querían y aún quieren transformar a España, volverla del revés, remozarla, vestirla de nuevo. Pero ¿cómo? ¿De qué manera? ¿Por medio de qué ideales?

La palabra “nuevo” es un algo febril, profundo, majestuoso, que encierra una posición, un método, una verdad, una idea.

¿Qué ideas han tenido y tienen nuestros intelectuales? Ninguna. Ellos saben que hay ideas, no obstante. Ideas nobles, generosas, altruistas, de profunda raigambre filosófica, de renovación continua. Ellos saben que más allá de la política y de la idea de Estado, de la de gobierno, de la de Dios, hay las ideas de redención humana, que se basan en la humanidad misma. Ellos lo saben, y lo dicen y lo escriben; pero no se deciden a ser campeones de estas ideas. No quieren responsabilizar su personalidad, como hicieron Tolstoi, Reclús, Kropotkin y otros intelectuales del anarquismo.

Su materialismo, su posición acomodaticia, su falsa jerarquía, anulan todo intento de espiritualidad.

Les falta el “hecho”; por eso no reaccionan y todas sus iniciativas caen en el páramo yerto de las desilusiones.

Son unos vencidos, por querer hasta el fin la trayectoria de su propia negación. Los intelectuales han mirado siempre el paisaje lúgubre y triste de España con anteojos ahumados, y, claro está, no han sabido delinear los contornos, ni descifrar la belleza y la fortaleza que emerge de su fondo a través de su perfil trágico.

No han sabido bajar a las profundidades del infierno, com el personaje galdosiano, y bucear en la desdicha de los condenados a privación perpetua, a injusticia eterna. El problema social del hombre y la miseria lo han tratado siempre de una manera olímpica, despectiva, y han tenido frases duras para la “canalla”, la “plebe” y la “masa”.

Zola, sin ser un idealista puro, supo crear su naturalismo profundo, porque bajó a los antros del dolor, se mezcló con el dolor y sufrió el dolor mismo. Resultante de este desprendimiento fue su célebre “Yo acuso”, formidable alegato contra la injusticia, que quería ensañarse en una víctima. Nuestros intelectuales no han sabido crear el naturalismo crudo, hiriente y tajante. Se han conformado con fabricar un naturalismo literario, que han leído los pequeños burgueses y los jefes del Negociado. Obras para el pueblo han hecho muy pocas, y aún estas de escaso mérito.

Unamuno ha gritado ahora. Pero su grito ha caído en las sombras de la noche. Ha sido una voz estridente, que sólo ha interesado a la fauna política. Los ecos de este grito no han llegado al pueblo. Porque el pueblo no conoce a Unamuno, ni a los intelectuales, ya que ellos mismos no se han dado a conocer nunca, ni por sus actos de desinterés ni por sus ideas.

Los intelectuales han permanecido siempre encastillados en su torre de marfil, escudados, parapetados, escondidos en su propio desconocimiento y contemplando impasibles cuanto en torno a ellos sucediera.

Lo cierto es que, mientras el pueblo pugna para deshacerse de las trabas ominosas de los poderosos, de la tutela de sus mandatarios y de la miseria que le aniquila, los intelectuales, los artistas y los literatos no se definen, siguen con sus antiguos tópicos, no se dan cuenta de la realidad ambiente. Viven de espaldas al pueblo y se contentan con hacer literatura de relumbrón, más que teoría de definición y de solución.

Pero el pueblo no puede vivir de la literatura de relumbrón, ni pueden resolverle sus graves problemas, las definiciones y las soluciones teóricas. Para que sus angustias, sus anhelos, sus ansias sean satisfechas, para que la sed de justicia que padece desde hace siglos, desde siempre, desde la eternidad, sea aplacada, es necesario que le ofrezcan realidades.

Quienes al pueblo quieran acercarse, serle útil, latir de consuno con él, deben definirse, situarse claramente, apartarse del relumbrón. Los intelectuales, los artistas, los literatos no lo han hecho, no lo hacen.


Barcelona, domingo 18 de diciembre de 1932

Valle-Inclán rodeado de amigos

No hay comentarios:

Publicar un comentario