Juan Negrín López, Ministre d'Hisenda (1936-37), l'executor
per via d'Alexander Orlov dels plans d'Uritski i Voroshilov sota la batuta d'Stalin
"A mi me consta que ha habido enormes irregularidades administrativas en la gestión de algunos agentes del gobierno en el extranjero. Me consta también que altas personalidades del Gobierno republicano tienen depositadas a su nombre sumas cuantiosas y de muy difícil justificación en la banca inglesa y norteamericana, pero la opinión pública no sabrá nunca nada de eso, ni tampoco qué ha sido del tesoro español, de las quinientas y pico toneladas de oro que fueron depositadas en el extranjero, ni en que se han invertido, ni lo que queda, ni a nombre de quién o quiénes se hizo el depósito. No se sabrá tampoco nada del resto del tesoro incautado por el Gobierno de la República…” (Luis Araquistáin).
Discurs de Juan Negrín
Extracte de "Lo bello y lo sublime", Immnuel Kant, Königsberg, 1764
El colérico considera su propio valor y el de sus cosas y actos según el prestigio o apariencia que revistan a los ojos de los demás. Con respecto a la íntima calidad o a los motivos que el objeto mismo encierra, se muestra frío: ni encendido por verdadera benevolencia ni conmovido por el respeto. Su conducta es artificiosa. Ha de saber tomar toda clase de puntos de vista para juzgar el efecto que produce según la distinta posición del espectador, pues no se pregunta lo que es él, sino lo que parece. Por eso ha de conocer bien la manera de conquistar la aprobación general y las apreciaciones que ha de suscitar fuera de él su conducta. La sangre fría que esta fina atención requiere para no ser cegada por el amor, la compasión y el interés le substrae también a muchas locuras y contrariedades en las cuales cae un sanguíneo arrebatado por su sensibilidad espontánea. Por eso el colérico parece más razonable de lo que realmente es.
Su benevolencia es cortesía; su respeto, ceremonia; su amor, meditada adulación. Está lleno de sí mismo cuando toma la actitud de enamorado y de amigo, y no es nunca ni lo uno ni lo otro. Gusta de brillar con las modas; pero como todo en él es artificioso y trabajado, se muestra en ello rígido y torpe. Su conducta obedece más a principios que el sanguíneo, sólo movido por impresiones ocasionales; pero no son los principios de la virtud, sino del honor, y no es nada sensible a la belleza o al valor de los actos, sino al juicio que el mundo pronunciará sobre ellos. Como su proceder, si no se considera la fuente de donde brota, resulta casi tan beneficioso a la generalidad como la virtud, obtiene del espectador común tan elevada estima como el virtuoso; pero se oculta cuidadosamente de ojos más sutiles, pues sabe que si descubren el escondido resorte del honor desaparecerá también el respeto que se le muestra.
Recurre, por tanto, con frecuencia al fingimiento. En religión es hipócrita; en el trato, adulador; en política, versátil, según las circunstancias. Se complace en ser esclavo de los grandes para después ser tirano de los humildes. La ingenuidad, esta noble o bella sencillez que lleva en sí el sello de la naturaleza y no del arte, le es completamente extraña. Por eso, cuando su gusto degenera en brillo resulta chillón; esto es, desagradablemente jactancioso. Cae entonces, tanto en su estilo como en sus adornos, en el galimatías –lo exagerado-, una especie de monstruosidad que es a lo magnífico lo que lo extravagante o chiflado en relación a sublime serio.
En las ofensas acaba pronto en duelos o procesos, y en las relaciones ciudadanas gusta de antepasados, preeminencias y títulos. Mientras sólo es vanidoso, es decir, mientras busca honor y se esfuerza en hacerse visible, puede ser todavía soportado; pero cuando totalmente falto de verdaderas cualidades y méritos se pavonea orgulloso, viene a parar en lo que él menos quisiera, esto es, en un necio.
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