Joaquim Maurin Julià, secretari general de la CNT 1921-22
Extracto del apéndice de la obra Revolución y contrarevolución en España,
de Joaquim Maurin Julià
En los cuarenta y un años que median entre la escisión socialista-anarquista en el Congreso de La Haya y la revolución rusa, el movimiento anarquista fue batiéndose en retirada ante el avance socialista en todas partes, menos en España (y Portugal), en donde el anarquismo, en el siglo XIX, y el anarcosindicalismo, en los comienzos del siglo actual, fue siempre más numeroso y fuerte que el movimiento socialista.
Las razones para que el proceso fuese en España distinto que en los otros países son varias:
Primera. Los anarquistas españoles comprendieron el problema campesino mucho antes que los socialistas, y arraigaron, desde los primeros tiempos, en Andalucía, que es el crisol de la cuestión agraria española.
Segunda. Los anarquistas establecieron su base principal en Barcelona, que era el centro industrial del país, mientras que los socialistas lo asentaron en Madrid, capital burocrática de la nación, en donde el proletariado propiamente dicho apenas existía.
Tercera. Los anarquistas eran propagandistas formidables e incansables, publicaban periódicos, revistas y folletos en abundancia. A comienzos de siglo, el semanario Tierra y Libertad, que se editaba en Madrid se transformó en diario, siendo sin duda, el primer diario anarquista que se publicó en el mundo. Una editorial de Valencia, dirigida por Blasco Ibáñez publicaba a precios populares toda la literatura anarquista de la época. Los socialistas no concedieron nunca una importancia especial a la propaganda impresa: se contentaban con publicar tres o cuatro semanarios en todo el país.
Cuarta. Los anarquistas, aunque el número de intelectuales que formaba parte de su organización fue reducido, hicieron una inteligente política de atracción hacia ellos desde los periódicos. La llamada “generación del 98”, que inició una nueva fase en la vida intelectual de España a comienzos de siglo, era intuitivamente anarquista. Los socialistas, en cambio, hasta la segunda década del siglo, desconfiaron de los intelectuales, rechazándolos.
Quinta. Los anarquistas eran más combativos que los socialistas. Las insurrecciones campesinas en Andalucía, en el último cuarto del siglo pasado, aunque elementales y equivocadas las más de las veces, encendían la llama de una ansiada liberación, cuyo rescoldo, después del fracaso, no se extinguía nunca. Al calor de ese rescoldo se agrupaban los humildes campesinos y escuchaban la lectura de los folletos de Malatesta y La Conquista del pan de Kropotkin.
Sexta. Los anarquistas comprendieron la importancia que tiene educación de la juventud para formar los luchadores de mañana, y crearon las escuelas racionalistas, cuyo principal propulsor. Francisco Ferrer, al ser fusilado, en 1909, dio al santoral anarquista un mártir con aureola internacional.
Séptima. Los anarquistas practicaron el terrorismo como arma política, y si en algunos casos los resultados fueron negativos, en otros fueron positivos, siendo siempre terribles.
Octava Los anarquistas, perseguidos sin parar, adquirieron la práctica de actuar a la sombra, en la clandestinidad, mientras que los socialistas procuraban no infringir las leyes establecidas.
Novena. La dualidad Madrid-Barcelona, Castilla-Cataluña, favorecía a los anarquistas, cuya oposición a Madrid coincidía con la de la clase media catalana.
Décima. El anarquismo, un poco místico, quijotesco, aventurero, individualista, estaba mucho más cerca de las características psicológicas del pueblo español, que no el socialismo: frío, esquemático, formulista, disciplinado, reglamentario.
Decimoprimera. La primera guerra mundial determinó un rápido desarrollo industrial en Cataluña, con el consiguiente crecimiento del movimiento obrero, encuadrado y dirigido por el anarcosindicalismo.
Décimosegunda. Los anarcosindicalistas comprendieron antes que los socialistas la conveniencia de transformar las sociedades de oficio en sindicatos de industria. La aparición del Sindicato Único (sindicato de industria) fue revolucionaria y dio a los anarcosindicalistas un impulso tal que alrededor de la Confederación Nacional del Trabajo gravitó la mayoría de la clase trabajadora española.
Décimotercera. Y, último pero no lo último, los anarquistas dieron pruebas de una imaginación de la que carecían los socialistas.
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