Manuel Azaña i Lluís Companys, setembre de 1934
«Ensayé varios días en serio los programas que íbamos a ejecutar en Barcelona, en el Liceo, pues eran obras difíciles, y la banda, de tanto tocar al aire libre y sin ensayos por esos pueblos de Dios, había bajado en calidad; y un buen día nos trasladamos a Barcelona. El concierto de presentación fue un éxito formidable. No me acuerdo del programa entero pero sé que figuraban en él la Petruchka de Strawinsky y el Septimino de Beethoven.
Me quedé asombrado de las condiciones acústicas del escenario del Liceo. En un ensayo previo que hice allí, en aquel escenario, salieron a relucir faltas que jamás habían aparecido en otros locales. Es decir, que particellas que se habían tocado muchísimas veces, contenían errores de los que yo no me había dado cuenta, ni tampoco [el maestro] Villa, por no haberlos oído. Como ya digo, el éxito artístico fue muy grande, pero tan grande o mayor fue el mal rato que tuve que pasar cuando durante el intermedio me pidieron que subiera al palco presidencial a saludar al Gobierno.
Bueno, el caso es que vino alguien a decirme que el presidente de la República quería felicitarme, y que subiera al palco. Así lo hice. Cuando llegué y el acomodador me abrió la puerta, me encontré con una escena inolvidable. Un criado de calzón corto y media blanca tenía sobre sus manos una caja de bombones de más de medio metro de grande (todo eso en el antepalco). El presidente de la Generalitat, Companys, riendo le decía a Azaña: “Oye, Manolito, que tú llevas ya cuatro bombones y yo dos solamente...” (Y esa frase la decía con voz atiplada, infantil, como si estuvieran jugando).
Yo subí sudando, jadeante por el esfuerzo que había hecho al dirigir. La escena me causó tal estupor, tanto asco, que me quedé de una pieza.
Azaña se acercó a mí y me felicitó. Luego me preguntó por qué en el Septimino no habíamos ejecutado el minueto. Le contesté secamente que el arreglo de esa obra lo había hecho el maestro Villa y yo no sabía por qué motivo no había incluido el minueto. Demostró ser un buen aficionado a la música. Quiso hablar de música y me invitó a que comiera bombones pero me abstuve de ambas cosas. Tuve que hacer un esfuerzo tremendo por no destaparme y soltar todo cuanto se me venía a la boca. Me hubiera gustado insultarles, haberles llamado cobardes y canallas y recordarles que en Madrid el pueblo hambriento, con un hambre de más de un año, seguía luchando y muriendo por la República y la libertad mientras ellos estaban comiendo bombones de chocolate servidos por criados con librea, pero... pude contenerme y me callé.
Cuando se dieron cuenta de mi mutismo se despidieron y pude marcharme. Allí les dejé disputándose los bombones. Bajé indignado. Me dolía el corazón y sentía el haberme callado... Pero esa escena la narré a los músicos para que la divulgasen».
Pablo Sorozábal
Mi vida y mi obra, Fundación Banco Exterior, Madrid 1986, págs. 163-165