Abad de Santillán i Josep Peiró amb la Columna Ascaso
Como en todas las épocas de decadencia, una fuerza sana y vigorosa se sitúa en el primer plano de los acontecimientos para forjar los hechos: la juventud. Si los jóvenes hacen más ruido que los demás es porque tienen más energías acumuladas, o lo que es mejor, mayores posibilidades de recuperación. ¿Cómo va a dar la nota más aguda un mudo, ni saltar el muro más alto el paralítico? El joven, por ser insatisfecho, no puede sentirse feliz. Los satisfechos son aquellos que lo han logrado todo. El hombre-harto no siente afán de luchar. Por contra, los desafortunados van a la conquista de todo porque no tienen nada. Creer en la victoria implica luchar por ella y hacer posible su advenimiento. Hay una manía constante en indicar los caminos que debe recorrer la juventud.
Se le quiere dictar normas de vida y métodos de acción. Perfectamente sabe el joven que es necesario salir del pasado para ganar el futuro. Sólo venciendo a la muerte se conquista la vida. Lo esencial en esta lucha de siempre es no desestimar las propias posibilidades. La juventud es la naturaleza viva que aprende en la historia las lecciones más fundamentales para sobrevivir. De la misma manera que la fidelidad no conoce hipocresías, la juventud está reñida con los prejuicios. Todo joven quiere ser, ante todo, él mismo. Parecerse como una gota de agua a otra. Anhela ser singular. Cuando nace una nueva vida, todo el mundo se reinicia para el recién nacido.
De la misma manera que los jóvenes crecen bien, los viejos envejecen mal. Las viejas sangres son portadoras de taras. Viños añejos de ayer, convertidos por la fuerza de tiempo en vinagre que no puede mezclarse con caldos nuevos y generosos porque los estropea y deteriora.
Una cosa sagrada debe la juventud a sus semejates: la vida. Y otra cosa debemos todos a la juventud: su amor a la verdad. Los jóvenes dicen la verdad aunque nadie los crea. No les importa ni mucho ni poco que se ponga en duda sus ideas. Además, los jóvenes tienen la gran ventaja de no tener historia. Son naturaleza virgen. Por eso no hablan de sí mismos. Y es que saben, como el sabio, que ni todo está hecho ni todo lo que fue será. Cree el joven y no se equivoca, que todo es posible, hacedero. Luego si lo imposible no existe, la posibilidad de cambiar la sociedad objeto de todos nuestros males es la idea central de nuestro tiempo.
Muere el mundo viejo porque su civilización de manufacturas y mercaderes ha ignorado a la juventud, es decir, a los valores más emprendedores y fecundos. Y ahora, con materiales quemados, se pretende edificar un puente para pasar de la incapacidad a la mediocridad. La juventud no quiere ser prisionera del pasado. No hay cárcel bastante grande para encerrar a toda la juventud, ni soga capaz de atar la acción desplegada por el pensamiento revolucionario. La corriente de río es más poderosa que la potencia del dique. El sol no tiene fronteras. La juventud audaz y capacitada vuelve a dar un paso hacia el porvenir.
Ramón Liarte Viu
La CNT y el federalismo de los pueblos de España
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